María nació en Nazaret, Galilea, 15 ó 20 años antes del
nacimiento de Cristo. Sus padres, según la tradición, fueron Joaquín y Ana.
María era judía. Fue educada en la lectura de los libros santos y en la
obediencia a la ley de Dios. Hizo voto de virginidad. Se desposó con José
estando ambos de acuerdo en permanecer vírgenes por amor a Dios. Un ángel del
Señor se le apareció y le comunicó que el Espíritu Santo descendería sobre
ella, y que de ella nacería el Hijo de Dios (Lc. 1, 35). María aceptó tan
maravilloso destino con estas palabras: «Hágase en mí según tu Palabra» (Lc 1, 38), y en
aquel instante Jesús fue concebido en su seno. El nacimiento del Niño fue en
Belén de Judea y fue acompañado de diversas circunstancias, que refieren los
Evangelios de Mateo y de Lucas.
¿Qué se sabe acerca de María después del nacimiento de
Jesús?
Al cabo de algún tiempo, vemos a María, a José y al Niño
instalados en Nazaret. Allí hay un solo episodio notorio: la pérdida y hallazgo
del Niño, a los 12 años, en Jerusalén. Fue el tiempo que llamamos de la «vida
oculta» de Jesús, su vida de hogar, de familia, de trabajo. Jesús empieza su
vida «pública», su vida apostólica y misionera, hacia los 30 años. María lo
acompaña, a veces de cerca, a veces más lejos. El Evangelio nos la muestra en
Caná asistiendo a un matrimonio, y al pie de la cruz en que Jesús está
muriendo. También en varias otras oportunidades. El libro de los Hechos la
menciona en el Cenáculo junto a los apóstoles, después de la Resurrección del
Señor.
La Tradición sugiere que murió en Efeso -en el Asia Menor-
en casa de Juan el Evangelista.
¿Cómo era María?
Del Evangelio se desprende que María era humilde y pura;
que era decidida y valiente para enfrentar la vida; que era capaz de callar
cuando no entendía y de reflexionar y meditar; que se preocupaba de los demás y
que era servicial y caritativa; que tenía fortaleza moral; que era franca y
sincera; que era leal y fiel. María es, como mujer, un modelo para las mujeres.
Es también para los hombres el tipo ideal
de mujer.
¿En qué consiste principalmente la grandeza de María?
En ser madre de Dios. Algunos han dicho que María es madre
de Jesús «en cuanto hombre», pero no de Jesús «en cuanto Dios». Esta distinción
es artificial y, de hecho, nunca la hacemos. Una madre es madre de su hijo tal
cual es o llega a ser. No decimos que la madre de un presidente, por ejemplo,
ha sido la madre de él como niño pero no como presidente o que nuestra mamá sea
madre de nuestro cuerpo solamente, pero no de nuestra alma que es infundida por
Dios. Nunca hacemos esta distinción; decimos simplemente que es nuestra madre.
María es Madre de Jesús. Jesús es Dios. Luego, podemos decir que María es Madre
de Dios y en eso consiste fundamentalmente su grandeza.
Sin duda. Es la hija predilecta del Padre. Se lo dice el
ángel el día de la Anunciación: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo»
(Lc. 1, 28). Tiene también con el Espíritu Santo una relación que se ha
comparado a la de la esposa con el esposo. Lo dice el ángel: «El Espíritu Santo
te cubrirá con su sombra. Por eso el niño que nacerá de ti será llamado Santo e
Hijo de Dios» (Lc. 1, 35). «No temas María porque has encontrado gracia delante
de Dios» (Lc. 1, 30).
¿Qué dice la Biblia?
Vamos por parte: Es cierto que esos privilegios no están
contenidos «explícitamente» en la Biblia. La Biblia, por ejemplo, no habla de
la Inmaculada Concepción ni de la Asunción. Pero están contenidos
implícitamente en la Biblia. Por ejemplo, en una semilla de rosal no está la
rosa. No se ve la rosa, pero ahí está en germen y poco a poco con la savia que
viene de la tierra húmeda y con el calor del sol brotará el rosal y en él
florecerá la rosa.
Así también todo lo que la Iglesia enseña de María ha
brotado de la semilla del Evangelio, al calor del Espíritu Santo, que sigue iluminando
al Pueblo de Dios y lo lleva a descubrir de a poco toda la riqueza que El mismo
ha colocado, como en un germen, en la Escritura inspirada por El.
Todo lo que la Iglesia enseña acerca de María es coherente
con la imagen de María que nos formamos al leer el Evangelio, con humildad y
con espíritu de fe.
¿Qué dicen los evangelios acerca de las hermanas y
hermanos de Jesús?
El idioma que usaba Jesús y sus discípulos no tiene muchas
palabras para distinguir los distintos grados de parentesco. Para todo se usaba
la palabra «hermano» y así lo vemos en Génesis 13, 8 y en Mt. 13, 55. Las
palabras originales que traducimos en castellano por «hermanos» y «hermanas»
significan no sólo los hermanos carnales sino también los primos y otros parientes
cercanos. La Virgen María no tuvo otros hijos. Jesús es el «único hijo» de
María. Esto se muestra claramente por el hecho de que al morir, Jesús entregó
su madre a Juan (Jn. 19, 27).
San Pablo dice que Jesucristo es el único Redentor y
¿por qué dice la Iglesia católica que María es corredentora?
Así es. Jesús es el único Redentor, pero San Pablo enseña
también que nosotros colaboramos a la redención uniendo nuestros sufrimientos a
los de Cristo. «Me alegro por lo que sufro por ustedes, porque de esta manera
voy completando en mi propio cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo
por la Iglesia, que es su cuerpo» (Col. 1, 24). María sufrió durante la pasión
de su Hijo como nadie jamás ha sufrido, porque tenía, más que nadie, horror al
pecado, porque amaba a su Hijo más que nadie; porque amaba a los hombres por quienes
su Hijo sufría y moría. Por eso ha participado tan íntimamente en la redención.
No es ella la redentora; hay un solo Redentor, Jesucristo. Pero se la puede
llamar corredentora con toda propiedad explicando bien el alcance de este
término.
Algunos dicen que los católicos adoran a María como si
fuera Dios, o creen en María más que en Dios ¿es cierto esto?
Adorar a María sería una idolatría, un pecado contra el
primer mandamiento de la Ley de Dios. «Sólo a Dios adorarás» (Lc. 4, 8). Jamás
la Iglesia ha enseñado cosa semejante. María es una mujer, una creatura, la más
santa de todas las creaturas, pero solamente una creatura.
A María la queremos, la veneramos, conversamos con ella en
la oración, le damos culto no de adoración que está reservado sólo a Dios, sino
un culto de veneración como se lo damos a los santos que, como ella, son seres
humanos, simples creaturas; y le pedimos que nos haga conocer, amar y seguir a
Jesús como ella lo conoció, lo amó y lo siguió.
¿No será que el culto a María distrae del culto a Cristo?
No distrae de Él, sino que conduce a él. María presintió el
culto que le sería dado a lo largo de los siglos, cuando exclamó: «Desde ahora
me proclamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc. 1, 42). Ya Isabel,
su prima, se lo había anunciado: «Bendita eres entre todas las mujeres y
bendito es el fruto de tu vientre» (Lc. 1, 48). Los millares de iglesias dedicadas
a María, las multitudes de personas que acuden a sus santuarios, los millones
de Avemarías que se rezan diariamente en el mundo, han confirmado ese presentimiento
y ese anuncio. El que conoce a María la ama, y se esfuerza por darla a conocer
y por conocer y amar a Cristo. Se alimenta de su Palabra. Se integra en la vida
de la Iglesia, cumple los mandamientos y participa de los sacramentos,
especialmente de la Eucaristía.
¿Cual será la relación de María con Cristo?
María es madre. Es también discípula, su más perfecta
discípula, su primera y fidelísima seguidora y su inseparable colaboradora. María
es un reflejo de la santidad de su Hijo Jesús. Se la ha comparado a la luna que
nos ilumina de noche con una luz más suave que la del día y que no es sino un
reflejo de la luz deslumbrante del sol.
¿Cuál es la relación de María con la Iglesia?
Siendo madre «de Cristo» y, siendo nosotros por adopción,
hermanos de Cristo, María es también Madre «nuestra». Así lo dijo también
expresamente Cristo en la cruz cuando le dijo a Juan: «He ahí a tu madre» (Jn.
19, 27). María, siendo discípula y seguidora de Cristo, es nuestro modelo, la
que va delante en nuestra peregrinación hacia Cristo, la que nos muestra el
camino y nos anima a seguirlo: modelo de fe, de esperanza y de amor. Estando
María ahora en el cielo, intercediendo por nosotros, nos encomendamos a ella
para que nos ayude a vivir aquí en la tierra como cristianos y alcanzar nuestro
destino final que es el cielo.
Los títulos de la Virgen
¿Por qué hablan algunos de la Virgen «del Carmen» y otros
de la Virgen «de la Tirana» o de «Lourdes»? ¿Por qué hay tantas imágenes y
advocaciones distintas de la Virgen? ¿Son acaso muchas las Vírgenes?
La Virgen María es una sola. La que conocemos en el
Evangelio, con la fe de la Iglesia, es María de Nazaret, la Madre de Jesús. Los
diversos nombres y las distintas imágenes aluden a las circunstancias o
misterios de su vida. La Mater Dolorosa al pie de la cruz es una mujer madura,
traspasada de dolor. La Virgen del Tránsito o de la Asunción es una mujer
transfigurada, entrando en la gloria. Otros nombres se refieren a los distintos
lugares en que se celebra su culto: Virgen de Lourdes, de Guadalupe... Pero la
Santísima Virgen es una sola. Los miles de artistas que han querido pintarla y
esculpirla se la han imaginado cada cual a su manera, buscando, sin embargo, su
inspiración en el Evangelio y en la fe de la Iglesia.
¿Qué se debe entender por apariciones de la Virgen?
La Santísima Virgen puede, si quiere, intervenir desde el
cielo en asuntos humanos por amor a los hombres. Puede «aparecerse» a tal o
cual persona, habitualmente a niños o personas humildes, y entregarles un
mensaje para que los hombres se conviertan y vuelvan a Dios.
¿Cree la Iglesia, así no más, a cualquiera que dice que
se le apareció la Virgen?
La Iglesia tiene mucha prudencia y sabiduría y es muy lenta
en reconocer una aparición. Primero estudia, averigua y comprueba, a fin de no
inducir a nadie a engaño. Y hechas las averiguaciones y después de varios años
se pronuncia y reconoce con su autoridad si la aparición es real o ficticia. En
algún caso la Iglesia se ha convencido de la autenticidad de una aparición por
la santidad de vida del vidente, por la pureza del mensaje entregado o por los
hechos ocurridos en el lugar de la aparición: curaciones, conversiones, etc.
Esto es lo que ocurrió en Lourdes, Francia, en 1858 y en Fátima, Portugal, en
el año 1917. En otros casos la Iglesia ha rechazado las supuestas apariciones o
simplemente no se pronuncia esperando que el tiempo establezca la verdad.
¿Cuál es la mejor manera de orar a la Santísima Virgen?
La oración principal es la del Ave María que consta de dos
partes: la primera parte está tomada del Evangelio, del relato de la Anunciación
y de la Visitación: «Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor está
contigo» (Lc. 1, 28). «Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el
fruto de tu vientre» (Lc. 1, 42). La segunda parte ha sido agregada por la
Iglesia: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en
la hora de nuestra muerte. Amén».
¿Qué es el santo rosario?
Es una manera de unirnos a la Santísima Virgen María
rezando cinco veces un Padre nuestro, diez Avemarías y un gloria, y recordando
cada vez un misterio de la vida del Señor. Hay 5 misterios gozosos, que se
rezan los lunes y jueves, 5 misterios dolorosos, que se rezan los martes y
viernes, y 5 misterios gloriosos que se rezan los miércoles, sábados y
domingos. Otras hermosas oraciones a la Virgen son la «Dios te salve Reina y
Madre»; el «Bendita sea tu pureza», etc.
P. Paulo Dierckx - P. Miguel Jorda, Para dar razón de nuestra Esperanza, sepa defender su Fe